jueves, 5 de marzo de 2009

Crónica de Yolanda García Bustos

¡Que con su pan se lo coman!

“…si me haces pan de muerto, te doy tu pan de nata,
te llevo de corbata de oreja hasta el panteón,
allí están los gusanos pa’tus preciosos huesos,
nomás no te hagas rosca, que te irá del cocol”
Salvador Flores

¡Pero hay un Dios!, ¡Pero hay un Dios! esta era la sentencia de mi madre al iniciar cualquiera de sus tangos interpretando falsamente a Libertad La Mártir o Amarga López, se tiraba a la cama llorando porque mi padre, mi abuela o alguna de mis tías no le agradecían todo lo que hacía por ellas, siempre concluía su drama diciendo: ¡Qué con su pan se lo coman!

El efecto de esa frase era impactante, me provocaba temblor de manos y un apetito imperioso, antes de acudir a consolarla corría al cajón de mi buró o a mi mochila a sacar alguno de los panes dulces que tenía escondidos en esos lugares para este tipo de emergencias, al primer bocado lograba mitigar mi ansiedad, y emitirle palabras empalagosas a mi madre. Ella murió sin saber lo que provocaba en mi con sus refranes.

Aún en los setentas en que el pan cayó en desgracia porque la moda era comer ensaladas, ¡yo seguí siendo su fanática!, y fue así como esta chaparrita, pero brillante Contadora Pública llegó a poseer los ochenta y cinco kilos que trae a cuestas, y también es así como llegué a un grupo de autoayuda cerca del ‘Parque de la China’, la chica que me recibió, dijo que me comprendía porque ella había vivido problemas semejantes a los míos y que con esa terapia los había superado, que no dejara de ir a mis juntas, que ¡poco a poco se va lejos!

Escuché sólo una sesión, salí como a las siete de la noche, y lo primero con que me tope fue con una tienda de Pays Coronado, me compré uno de manzana, no le había comido ni la mitad cuando descubrí “La Michoacana”, guarde mi pay en mi bolso y pedí un helado de piñón, estaba pagando cuando mi mirada tropezó con el tronco de taquitos al pastor que está a un lado, le pedí a la dependienta me guardara el helado y regresaría por él en un rato.

Tomé asiento en los banquitos de “El Paisa”, acerqué otro para acomodar mis caderas aunque simulando que era para poner mi bolso, ordené seis con todo y mucha piña. Describirte la sensación de olerlos hasta degustarlos sería poco, su carne estaba jugosita y bien sazonada, su salsa picosa pero rica, los acompañé de un ‘orange’ bien frío. Pagué y regresé por mi helado para irlo comiendo mientras recorría la Avenida Clavería, fascinada de su exquisito clima de abril con aromas a flor de naranjo, pero principalmente de todos los descubrimientos culinarios a lo largo y ancho de la misma, prometiéndome regresar pronto. No me tardé en hacerlo, en cuanto me siento triste o sola, realizo mi “tour” gastronómico.

Es así como en mis visitas cotidianas he saboreado todo tipo de alimentos de lo más versátiles: pequeños pambazos, sopes y quesadillas, (cocinados por una señora que se instala afuera de la Panadería Clavería). Otra persona ofrece esquites o elotitos tiernos con mayonesa y su chile piquín. A unos pasos el molcajete de guacamole, tacos de suadero, cabeza, bistec y longaniza te despiertan pasión por la comida mexicana. ¿Podrás creer que a esa hora de lo noche vendan tacos de carnitas?, ¡pues en la esquina con Irapuato puedes encontrarlos! Ahí también está un puesto de Hamburguesas al carbón, ¡deliciosas¡, acompañadas con piña y queso, te hacen olvidar la aversión a la comida gringa, eso sí hay que comerlas de inmediato porque sino se remojan. Media cuadra antes de la Iglesia, hay un local de churros servidos con generosas tazas de chocolate con leche, tamales rojos, verdes o de rajas. Para comida italiana, “Marco Polo” allí preparan un pollo deshuesado y unos rabioles, ¡mmmhhhh¡, acompañados de una copa de vino tinto.

Pero de todos esos lugares que he disfrutado, la que me encantó es una panadería artesanal que se ha convertido ¡más que mi vicio en mi vida!: parecería que Chava Flores en ella se inspiró para componer esa de: “Concha divina/ preciosa chilindrina/ de trenza pueblerina/ me gustas a la mar/ la otra semana te ví muy campechana /pero hoy en la mañana panqué me ibas a dar/ deja esos bisquets para otros polvorones /que sólo son picones de novia en un volcán…”, a pesar de lo pequeño del local sus vitrinas exhiben toda clase de panes, de aspectos rústicos, cortezas crujientes o migas esponjosas . Unos besos que pesan como medio kilo, y mi perdición los palomas y donas que recién salidos del horno calman mi hambre y reconfortan mi alma.

Al grupo de autoayuda sólo voy dos veces por semana, pero a cumplir con la promesa hecha conmigo misma de degustar todos los platillos que se ofrecen en esa mágica avenida Clavería, ¡no he fallado! Como diría mi madrina, ¡Ahí si le aplicas, el Sólo por hoy! o como aconsejaría papá : ¡lo comido y lo bailado nadie te lo quita!


Autora: Yolanda García Bustos
La Catrina
Abril, año cinco.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Yola: Despues de leer tu cronica, haces que se antoje caminar por Avenida Claveria, fijate que muchas veces la he transitado pero nunca me di cuenta de lo intesante que resulta visitarla, se nos hace agua a la boca. Gracias

Zayra García dijo...

Yolanda, estoy tratando de contactarte, nos conocimos hace muchos años, te dejo el correo de mi hija, por favor, trata de comunicarte conmigo. zayragarcia@outlook.com

Atte:
Martha Nuñez Valle